A través de la estrategia CampeSENA, aprendices del programa Técnico en Producción Agropecuaria le dan vida a su territorio y construyen una alternativa sostenible para sus familias.
En Lomita Arena, corregimiento de Santa Catalina (Bolívar), donde el sol y la sequía parecían haber condenado la tierra al olvido, un grupo de jóvenes aprendices del SENA decidió cambiar la historia. Hoy, cultivan verduras orgánicas en suelos antes considerados improductivos, demostrando que, con formación, pasión y trabajo colaborativo, el campo colombiano tiene futuro.
Gracias a la formación del programa Técnico en Producción Agropecuaria del Centro Agroempresarial y Minero del SENA, estos jóvenes han aprendido a sembrar cilantro, cebollín criollo, col, berenjena y tomate, entre otras hortalizas 100 % orgánicas, respetando los ciclos naturales y promoviendo prácticas sostenibles.
“La experiencia ha sido maravillosa. Aunque llegamos tarde para las lluvias, con el apoyo de nuestros instructores logramos sacar adelante la cosecha. Nuestro sueño es crecer y que nuestros productos lleguen más lejos”, cuenta Carmelo Acevedo, uno de los aprendices.
Del aprendizaje al emprendimiento rural
Esta iniciativa hace parte de CampeSENA, una estrategia que impulsa la formación agrícola como herramienta de transformación social y económica. En 2024, el Centro Agroempresarial ya ha capacitado a más de 8.900 personas en programas como Agricultura Ecológica, Manejo de Suelos y Cultivos, Producción Pecuaria, Conservas y Agricultura Urbana.
“Esto no es solo formación técnica: es una apuesta por el futuro del campo”, explica Carlos Arrieta, instructor del área de Seguimiento a Etapa Práctica del SENA. “Lo que han logrado estos jóvenes es un ejemplo de cómo la educación puede traducirse en una fuente real de ingresos y sostenibilidad”.
Organización, comercialización y visión de negocio
El grupo no solo cultiva, también ha estructurado una microempresa rural: se reparten las tareas semanalmente, hacen seguimiento a los recursos y calculan con precisión el valor de sus productos para competir en el mercado local.
“Hacemos un balance de inversión y tiempo trabajado, lo comparamos con los precios del mercado y calculamos la ganancia. Vendemos por kilos o por libras, según lo que necesite el cliente”, explica Indira Jiménez, también aprendiz del programa.
Sus productos ya se distribuyen en varios corregimientos de Santa Catalina, donde el valor agregado de ser orgánicos les abre puertas y fideliza clientes.